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viernes, 18 de marzo de 2011

"El martirio de San Felipe" y "El Patizambo" - José de Ribera



José de Ribera
Óleo sobre lienzo, 2,34 x 2,34 m
El Prado
Durante mucho tiempo fue interpretado como San Bartolomé, pero no lleva su atributo / el cuchillo con que fue desollado), en cambio San Felipe no fue crucificado en la cruz sino atado a ella. Pudo ser un encargo del rey Felipe IV.

Representa  el martirio de San Felipe, apóstol que predicó en la ciudad de Gerápolis, Asia Menor, y fue crucificado.
Al igual que Caravaggio en su Crucifixión de San Pedro Ribera  representa a San Felipe como un hombre cualquiera, relativamente joven, con la angustia y a la vez la resignación mística ante la tortura que le espera, escrita en el rostro y un cuerpo con  pormenorizado estudio anatómico.
 Los esbirros que le levantan están concentrados en su actividad. Los espectadores, unos con indiferente curiosidad y cierto clasicismo a la izquierda,  a la derecha un soldado cansado, apoyada la cara sobre su mano mira  a los que trabajan. Gran naturalismo en general.
El santo colocado en diagonal atado al palo que con el tronco vertical que recorre el lienzo, forma una cruz. Es el centro de la composición y la figura con más luz., contrastada con la oscuridad de los verdugos. En la parte de abajo, en contraste tenebrista En cambio el fondo no está en penumbra como la crucifixión de Caravaggio u otras composiciones tenebristas del propio Ribera, sino que es un cielo con nubes.
 Igual que Caravaggio lo hacía en muchas de sus composiciones, Ribera introduce  un rojo fuerte, en este caso en el esbirro agachado, que aumenta el dramatismo.
El martirio está ocurriendo en un primer plano, en un lugar alto con espacio reducido. El volumen además de con el modelado lo marca con escorzos pronunciados como con la figura de rojo y la pierna de la figura con el pañuelo en la cabeza.
Ribera en este caso, como todos los pintores españoles, se puso al servicio de las ideas de Trento.



El patizambo.
RIBERA S XVII (1642)
Óleo sobre lienzo, 1,64 x 92 cm.
Louvre.
Posiblemente se realizó para Don Ramiro Felipe de Guzmán, virrey de Nápoles. Antes de estar en el Louvre era de un médico parisino.

Es la figura de un niño mendigo (en la mano izquierda lleva una hoja con la inscripción: Dame una limosna por amor de Dios”) y tullido: los pies deformados, un brazo, el que recoge el hato, contrahecho, con el otro sujeta la muleta echada en el hombro. A pesar de estas deformidades, el niño con orgullo nos sonríe, con dientes deformados y enseñando las encías. Sus ojos tampoco denotan la inocencia de la infancia. Es un rostro envejecido.
Como buen barroco, Ribera pinta contrahechos y anomalías físicas (otro caso es la mujer barbuda), como hace también Velásquez.
La composición es simple, el niño y el paisaje con tonos ocres monocromos, tan del gusto español de entonces,  se recortan sobre un fondo de cielo azul con nubes, que hace que la figura sea más monumental o quizá más solitaria, también al estar  más alto que el espectador.
Ribera, aparte de la moda de representar gente con deformidades, está dando un mensaje religioso, la obligación de la caridad cristiana y de las buenas obras para conseguir la salvación (lo que negaban los protestantes). También el mendigo, con esa sonrisa orgullosa, y su cartel pidiendo limosna, tiene muy asumido su derecho a recibir la limosna.



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