Sandro Botticelli:
Nacimiento de Venus (1485).
Temple sobre tabla; 2,78
x 1,72
Florencia. Galería
Uffizi.
Técnica
pictórica : Temple sobre lienzo. Longitud: 172,5 cm Anchura 278,5
cm
Localización Galería Uffizi, Ciudad Florencia
INTRODUCCIÓN:
Es un
tema tomado directamente de la obra Las metamorfosis de Ovidio.
Este cuadro ha sido interpretado como uno de los de mayor sentido neoplatónico; simbólicamente expresaría el nacimiento de la "Venus Humanitas", es decir, de la unidad, la armonía, encuadrada dentro de los tres elementos: tierra, mar y aire.
Venus ha emergido del mar sobre una concha que es empujada a la playa por el soplo de los dioses alados, entre una lluvia de flores. Sobre la arena una de las Horas o Ninfas la espera con un manto de púrpura.
No existe preocupación por la perspectiva ni por la creación del espacio, hay un desprecio consciente a lo experimentado anteriormente. La preocupación se centra en la línea, lo curvo, los fondos planos, y la profundidad atmosférica. Prima el dibujo sobre la imitación de la naturaleza. Es una forma de representar que hoy se llama "arte intelectualizado".
La pintura nos muestra una temática que se relaciona con las doctrinas neoplatónicas ya que en el renacimiento habían grupos de Florentinos que obedecían a los mandatos de Platón, ellos decían que el ser humano debía buscar la unidad entre la belleza, el amor y la verdad, estas cualidades se encarnan en la figura de la Venus.
Este cuadro ha sido interpretado como uno de los de mayor sentido neoplatónico; simbólicamente expresaría el nacimiento de la "Venus Humanitas", es decir, de la unidad, la armonía, encuadrada dentro de los tres elementos: tierra, mar y aire.
Venus ha emergido del mar sobre una concha que es empujada a la playa por el soplo de los dioses alados, entre una lluvia de flores. Sobre la arena una de las Horas o Ninfas la espera con un manto de púrpura.
No existe preocupación por la perspectiva ni por la creación del espacio, hay un desprecio consciente a lo experimentado anteriormente. La preocupación se centra en la línea, lo curvo, los fondos planos, y la profundidad atmosférica. Prima el dibujo sobre la imitación de la naturaleza. Es una forma de representar que hoy se llama "arte intelectualizado".
La pintura nos muestra una temática que se relaciona con las doctrinas neoplatónicas ya que en el renacimiento habían grupos de Florentinos que obedecían a los mandatos de Platón, ellos decían que el ser humano debía buscar la unidad entre la belleza, el amor y la verdad, estas cualidades se encarnan en la figura de la Venus.
ICONOGRAFÍA E ICONOLOGÍA
Según cuenta la leyenda Venus la diosa del amor, y su nacimiento
se debe a los genitales del dios Urano, cortados por su hijo Cronos y luego
arrojados al mar. La escena que nos presenta Botticelli es en el momento de la
llegada de la diosa, donde Venus emerge del mar con una delicada desnudez, en
medio de la composición sobre una concha, la cual flota en un mar verdoso, sus
largos y dorados cabellos cubran parte de su cuerpo, y con su brazo derecho
trata delicada y casi inocentemente de taparse su pechos. Venus esta siendo
impulsada por una pareja de dioses, ellos son Céfiro dios del viento y Aura
diosa de la brisa, ellos se encuentran fuertemente abrazados, estos personajes
simbolizan la unión de la materia y el espíritu. A su alrededor caen rosas,
estas flores cuanta la leyenda después se convertirán en seres. A orillas del
mar, en la zona terrestre se encuentra una de las diosas de las estaciones, una
hora, específicamente La Primavera ya que lleva un traje floreado, esta la
espera ofreciéndole una capa con motivos florales para cobijarla, un cinturón
de rosas rodea la cintura de la hora y en el cuello luce una elegante guirnalda
de mirto, el cual es el símbolo del amor eterno, su traje blanco bordado de
acianos representa a la primavera, conocida como la estación del renacer. Por
esto entre sus pies va floreciendo una anémona azul. Los árboles forman parte
de un pequeño bosque de naranjos en flor, esto corresponde al sagrado jardín de
las hespérides en la mitología griega. Un detalle rescatable es que los ropajes
se caracterizan por tener una gran marcación de pliegues.
ANÁLISIS
Fue ejecutado por encargo de Pierfrancesco de Médicis para su hija. Muestra a la diosa desnuda sobre una concha que flota sobre las aguas de un mar verdoso; la costa, recortada y boscosa, cierra la composición por la derecha, lado que ocupa una figura femenina, ataviada con una ligera túnica floreada, que corre solícita a arropar a Venus: se trata de una alegoría de la Tierra o de la Primavera (¿o es quizás una de las Horas o Ninfas?). A la izquierda, enlazados en un abrazo, aparecen las representaciones de Céfiro Cloris, cuyo rápido vuelo arranca rosas, flores sagradas de Venus, creadas al tiempo que la diosa del amor, que con su belleza y fragancia son el símbolo del amor, y con sus espinas nos recuerdan el dolor que éste puede acarrear. Puede ser, pues, el tema de Ovidio, que describe en forma literaria la Hora en el momento de abrigar a Venus con un manto, traducido plásticamente a sensaciones ópticas y táctiles, emotivas alusiones de una excepcional intensidad poética. Céfiro es el viento del oeste e hijo de la Aurora; la ninfa Cloris fue raptada por Céfiro del jardín de las Hespérides, y Céfiro se enamoró de su víctima, que consintió en desposarlo, con lo cual ascendió al rango de diosa y se convirtió en Flora, señora perpetua de la
El análisis de la geometría de esta obra es particularmente interesante porque nos permite comprobar que la posición de Venus se ha desplazado con respecto a la línea central precisamente lo necesario para trasmitir una sensación de movimiento desde un punto de partida central, tal como lo exigen los céfiros, cuyo aliento empuja la concha hacia la playa. Un desplazamiento mayor hacia la ninfa sugeriría una excesiva rapidez para estos soñadores transportes tan característicos de Botticelli y tan adecuados al tema. El efecto expresivo radica en la relación dialéctica que existe entre el dinamismo de las figuras secundarias y la inmovilidad de Venus, navegando majestuosamente hacia tierra. El desnudo femenino protagoniza con pleno derecho esta composición; sus contornos están trazados con un dibujo muy delicado, animándolo con un claroscuro de tan leves gradaciones que la carne adquiere irisaciones nacaradas.
Sin embargo, las figuras de Botticelli parecen menos sólidas que las de Pollaiuolo y no están tan correctamente dibujadas como las de éste o las de Masaccio. Los delicados movimientos y las líneas melódicas de su composición recuerdan la tradición gótica de Ghiberti y Fra Angélico. La Venus, no obstante, es tan bella que no nos damos cuenta del tamaño antinatural de su cuello, de la pronunciada caída de sus hombros y de la extraña manera cómo cae el brazo izquierdo. O, mejor, diríamos que estas libertades que Botticelli se tomó con la naturaleza, para hacer una silueta graciosa, realzan la belleza y la armonía del dibujo, ya que hacen más intensa la impresión de un ser infinitamente tierno y delicado conducido a nuestras playas como un don del cielo.
Botticelli escogió la postura de la llamada Venus Púdica, en la que la diosa cubre su cuerpo con las manos; más parece mármol puro que carne, e imita la postura de una antigua estatua romana. Los largos y esbeltos juncos de la zona inferior izquierda remedan la pose y el dorado cabellos de la diosa. Un ceñidor de rosas rodea la cintura de la Hora; sobre los hombros luce una elegante guirnalda de mirto, símbolo del amor eterno, y con su airosa túnica blanca, bordada de acianos, representa la primavera, la estación del renacer. Por esto, entre sus pies, florece una anémona azul, que recalca la idea de que ha llegado la primavera. Los colores son discretos y recatados como la propia diosa; los fríos verdes y azules se resaltan por las cálidas zonas rosáceas con toques dorados. Las olas del mar, estilizadas en forma de V, se empequeñecen con la distancia y se transforman al pie de la concha. De los árboles cuelgan frutos blancos con puntas doradas; las hojas tienen espinas doradas y los troncos también se rematan de oro. Todo el naranjal parece imbuido de la divina presencia de Venus.
Es una composición que manifiesta la transformación de las divinidades del Olimpo en elemento de representación simbólica de unos valores creados por Dios. La belleza adquiere así su condición de don divino, de manera que el asunto mitológico se convierte en expresión de la moral platónica.
No es, pues, una exaltación pagana de la belleza femenina; entre sus significados implícitos se encuentra también el de la correspondencia entre el mito del nacimiento de Venus desde el agua del mar y la idea cristiana del nacimiento del alma desde el agua del bautismo. La belleza que el pintor quiere exaltar es, antes que nada, una belleza espiritual y no física; la desnudez de Venus significa simplicidad, pureza, falta de adornos; la naturaleza se expresa en sus elementos (aire, agua, tierra); el mar, encrespado por el viento de Céfiro y Cloris, es una superficie sobre la que las olas parecen esquematizadas mediante trazos absolutamente iguales; e igualmente simbólica es la concha.
En el gran vacío del horizonte marino se desarrollan, con diversa intensidad, tres episodios rítmicos diferentes: los vientos, Venus y la sirvienta. El ritmo parece gobernado por la inspiración profunda, el daimon platónico, el furor que Ficino llama malinconicus, porque está generado por la aspiración a algo que no se tiene o por la nostalgia de algo que se ha perdido.
Una carta de Ficino dirigida al joven Lorenzo di Pierfrancesco, que tenía en 1478 quince años, constituye el punto de vista ideológico del significado humanista de esta representación simbólica (así como también de la Primavera). Ficino desea al joven que bajo la devoción de Venus-Humanitas alcance el equilibrio de todas sus capacidades. La virtud del joven príncipe tiene que realizarse bajo el equilibrio de Venus. En la Primavera, Venus, como Humanitas, aparece en el centro separando los elementos sensibles de los espirituales. En este sentido, Venus surge como un símbolo de la educación humanista en una composición en la que el mito se ofrece como horóscopo e imagen de una filosofía y una ética nuevas. Como complemento argumental El nacimiento de Venus alude al nacimiento de Humanitas engendrada por la Naturaleza, es decir, a manera de unión del espíritu con la materia.
Los mitos de Botticelli celebran una alegoría sobre las divinidades protectoras del joven Lorenzo, lo que convierte esta temática en una alegoría de carácter religioso, didáctico y moral.Originalmente pintada, igual que La alegoría de la primavera, para la villa Castello, propiedad de la familia Médici en Florencia.
Fue ejecutado por encargo de Pierfrancesco de Médicis para su hija. Muestra a la diosa desnuda sobre una concha que flota sobre las aguas de un mar verdoso; la costa, recortada y boscosa, cierra la composición por la derecha, lado que ocupa una figura femenina, ataviada con una ligera túnica floreada, que corre solícita a arropar a Venus: se trata de una alegoría de la Tierra o de la Primavera (¿o es quizás una de las Horas o Ninfas?). A la izquierda, enlazados en un abrazo, aparecen las representaciones de Céfiro Cloris, cuyo rápido vuelo arranca rosas, flores sagradas de Venus, creadas al tiempo que la diosa del amor, que con su belleza y fragancia son el símbolo del amor, y con sus espinas nos recuerdan el dolor que éste puede acarrear. Puede ser, pues, el tema de Ovidio, que describe en forma literaria la Hora en el momento de abrigar a Venus con un manto, traducido plásticamente a sensaciones ópticas y táctiles, emotivas alusiones de una excepcional intensidad poética. Céfiro es el viento del oeste e hijo de la Aurora; la ninfa Cloris fue raptada por Céfiro del jardín de las Hespérides, y Céfiro se enamoró de su víctima, que consintió en desposarlo, con lo cual ascendió al rango de diosa y se convirtió en Flora, señora perpetua de la
El análisis de la geometría de esta obra es particularmente interesante porque nos permite comprobar que la posición de Venus se ha desplazado con respecto a la línea central precisamente lo necesario para trasmitir una sensación de movimiento desde un punto de partida central, tal como lo exigen los céfiros, cuyo aliento empuja la concha hacia la playa. Un desplazamiento mayor hacia la ninfa sugeriría una excesiva rapidez para estos soñadores transportes tan característicos de Botticelli y tan adecuados al tema. El efecto expresivo radica en la relación dialéctica que existe entre el dinamismo de las figuras secundarias y la inmovilidad de Venus, navegando majestuosamente hacia tierra. El desnudo femenino protagoniza con pleno derecho esta composición; sus contornos están trazados con un dibujo muy delicado, animándolo con un claroscuro de tan leves gradaciones que la carne adquiere irisaciones nacaradas.
Sin embargo, las figuras de Botticelli parecen menos sólidas que las de Pollaiuolo y no están tan correctamente dibujadas como las de éste o las de Masaccio. Los delicados movimientos y las líneas melódicas de su composición recuerdan la tradición gótica de Ghiberti y Fra Angélico. La Venus, no obstante, es tan bella que no nos damos cuenta del tamaño antinatural de su cuello, de la pronunciada caída de sus hombros y de la extraña manera cómo cae el brazo izquierdo. O, mejor, diríamos que estas libertades que Botticelli se tomó con la naturaleza, para hacer una silueta graciosa, realzan la belleza y la armonía del dibujo, ya que hacen más intensa la impresión de un ser infinitamente tierno y delicado conducido a nuestras playas como un don del cielo.
Botticelli escogió la postura de la llamada Venus Púdica, en la que la diosa cubre su cuerpo con las manos; más parece mármol puro que carne, e imita la postura de una antigua estatua romana. Los largos y esbeltos juncos de la zona inferior izquierda remedan la pose y el dorado cabellos de la diosa. Un ceñidor de rosas rodea la cintura de la Hora; sobre los hombros luce una elegante guirnalda de mirto, símbolo del amor eterno, y con su airosa túnica blanca, bordada de acianos, representa la primavera, la estación del renacer. Por esto, entre sus pies, florece una anémona azul, que recalca la idea de que ha llegado la primavera. Los colores son discretos y recatados como la propia diosa; los fríos verdes y azules se resaltan por las cálidas zonas rosáceas con toques dorados. Las olas del mar, estilizadas en forma de V, se empequeñecen con la distancia y se transforman al pie de la concha. De los árboles cuelgan frutos blancos con puntas doradas; las hojas tienen espinas doradas y los troncos también se rematan de oro. Todo el naranjal parece imbuido de la divina presencia de Venus.
Es una composición que manifiesta la transformación de las divinidades del Olimpo en elemento de representación simbólica de unos valores creados por Dios. La belleza adquiere así su condición de don divino, de manera que el asunto mitológico se convierte en expresión de la moral platónica.
No es, pues, una exaltación pagana de la belleza femenina; entre sus significados implícitos se encuentra también el de la correspondencia entre el mito del nacimiento de Venus desde el agua del mar y la idea cristiana del nacimiento del alma desde el agua del bautismo. La belleza que el pintor quiere exaltar es, antes que nada, una belleza espiritual y no física; la desnudez de Venus significa simplicidad, pureza, falta de adornos; la naturaleza se expresa en sus elementos (aire, agua, tierra); el mar, encrespado por el viento de Céfiro y Cloris, es una superficie sobre la que las olas parecen esquematizadas mediante trazos absolutamente iguales; e igualmente simbólica es la concha.
En el gran vacío del horizonte marino se desarrollan, con diversa intensidad, tres episodios rítmicos diferentes: los vientos, Venus y la sirvienta. El ritmo parece gobernado por la inspiración profunda, el daimon platónico, el furor que Ficino llama malinconicus, porque está generado por la aspiración a algo que no se tiene o por la nostalgia de algo que se ha perdido.
Una carta de Ficino dirigida al joven Lorenzo di Pierfrancesco, que tenía en 1478 quince años, constituye el punto de vista ideológico del significado humanista de esta representación simbólica (así como también de la Primavera). Ficino desea al joven que bajo la devoción de Venus-Humanitas alcance el equilibrio de todas sus capacidades. La virtud del joven príncipe tiene que realizarse bajo el equilibrio de Venus. En la Primavera, Venus, como Humanitas, aparece en el centro separando los elementos sensibles de los espirituales. En este sentido, Venus surge como un símbolo de la educación humanista en una composición en la que el mito se ofrece como horóscopo e imagen de una filosofía y una ética nuevas. Como complemento argumental El nacimiento de Venus alude al nacimiento de Humanitas engendrada por la Naturaleza, es decir, a manera de unión del espíritu con la materia.
Los mitos de Botticelli celebran una alegoría sobre las divinidades protectoras del joven Lorenzo, lo que convierte esta temática en una alegoría de carácter religioso, didáctico y moral.Originalmente pintada, igual que La alegoría de la primavera, para la villa Castello, propiedad de la familia Médici en Florencia.
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