Gregorio Fernández (1576-1636) ESCUELA
CASTELLANA
Cristo
yacente s XVII (1614)
Madera
policromada
Convento de los Capuchinos. Madrid
Gregorio Fernández es el máximo exponente del barroco castellano
del siglo XVII. De origen gallego, se establece pronto en Valladolid, capital
del reino durante el comienzo del reinado de Felipe III. , ciudad desde la que
desarrolla una intensa actividad fomentada por la demanda de una amplia
clientela, procedente tanto del medio popular como del culto (monarquía,
nobleza, órdenes religiosas, cofradías...).
Fue un gran
conocedor de su oficio, de gran calidad técnica. Llegó a tener un importante taller. Con frecuencia el
maestro proyectaba la obra y realizaba los toques finales: Con él trabajaban pintores, entalladores, doradores. La abundante obra que realiza a lo
largo de su vida refleja estilísticamente un proceso evolutivo que arrancando
del refinamiento y la elegancia del manierismo cortesano le conducirá paulatinamente hacia el naturalismo barroco que caracteriza
toda su producción posterior.
El material utilizado es la madera (pino, cedro y nogal)
con técnica de talla y policromada con la técnica del estofado, o bien colores,
sin oro, y encarnaciones, tanto con temple como con óleo.
Gregorio Fernández prefiere las carnaciones mates, sin brillos por parecer más natural.
Fue creador de
tipos de iconografía religiosa, el Cristo
yacente exento como éste y otros santos, como Santa Teresa que sirvieron de modelos durante décadas. Otras obras suyas: Ecce Homo, (ecir 460) La
Piedad. También trabaja en retablos como
en la escultura del retablo mayor de la Catedral de Plasencia.
El Cristo Yacente es una de sus obras más célebres,
encargada por el duque de Lerma.
Su dominio del
cuerpo humano, le conduce a detallar las anatomías matizando la dureza de los
huesos, la blandura de la carne, la piel suave, magullada o herida. Trabajada
con más realismo que las telas o la almohada donde reposa la cabeza. Aunque en
este caso el cuerpo apenas está tapado. La `policromía del conjunto tiende a que el espectador centre la atención más en los signos de
sufrimiento de Cristo. Regueros de sangre, magulladuras y moratones.
Para conmover
la piedad y el sentimiento religioso de los fieles retorna a una expresividad
que enlaza con el phatos helenístico, esta intensa expresividad la vemos en el
rostro de Cristo muerto: boca entreabierta, dientes de marfil, ojos
semicerrados, la cabeza inclinada. También el tratamiento de manos y pies,
donde se ve el extremo sufrimiento, es de una gran fuerza expresiva.
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