La escultura
española del XVII está relacionada directamente con la difusión de las ideas de
la Contrarreforma expresadas en el Concilio de Trento: acercar
la religión al pueblo. El estamento eclesiástico, principal promotor de este
género, se convierte, frente al movimiento protestante, en defensor del valor
pedagógico y moral de las imágenes y refuerza su utilización como instrumento
de acercamiento del mensaje doctrinal a los fieles, fijando normas para
hacerlas claras y comprensibles, verosímiles y capaces de emocionar y conmover.
Partiendo de los postulados contrarreformistas, aparte de episodios de la Pasión de Cristo, se
desarrollan escenas de exaltación mariana y variada representación de santos (mártires,
místicos, penitentes)
La escultura
española partiendo de estos principios, desarrolla una personalidad propia
utilizando el realismo como lenguaje plástico, policromando las figuras (a veces con colores sobrios para evitar la distracción de los fieles),
empleando postizos (dientes de marfil, ojos de cristal…) Figuras de gran
dramatismo pero sin movimiento excesivo,
sino en actitudes calmadas.
El
empobrecimiento económico de España frena los encargos de la nobleza y la
burguesía, lo que convierte a la iglesia en la principal cliente del arte a
través de monasterios, conventos, parroquias, cofradías. Las cofradías
organizaban las procesiones y encargaban los pasos de Semana Santa...
El signo diferenciador de la escultura
hispánica, tanto renacentista como barroca es el color, las esculturas pintadas
hablaban a las almas piadosas un lenguaje más elocuente que las esculturas
labradas en piedras blancas.
La imaginería
barroca española, tanto figuras de pasos como de culto, tiene dos escuelas, la castellana de obras más trágicas y dramáticas y la
andaluza donde predomina más lo melancólico, lo místico…
La escuela andaluza
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